Jaime

Jaime
Diploma Baldor

Mezquindad

Genaro el Mezquino
Por Ali Van
Érase que se era un pueblo de la Costa Chica de Guerrero, México. Si alguna vez existió el paraíso, este pueblo hubiera formado parte de él. Montaña, río, pantanos, laguna, mar y selva. Una vegetación exuberante con árboles poblados de aves de todos colores: papagayos, pericos, periquitos de Australia, cardenales, calandrias, gorriones, canarios, sanátes negros, cuervos y decenas de más especies. En los pantanos había caimanes (cocodrilos americanos), flamingos, garzas, patos, decenas de especies de ranas y sapos, sapos gigantes, éstos llegaban a pesar hasta 5 kilos. Innumerables serpientes de muchas especies. Jaguares, ocelotes, lobos, coyotes, zorros, armadillos, osos hormigueros, tejones, jabalíes y millones de insectos muchos desconocidos o no clasificados en los libros de biología.
El árbol llamado palo blanco cuyas raíces sobresalen de la tierra hasta tres metros de altura, parotas gigantescas (caoba), mangles, palmeras de coacoyul, coco de agua, coco de aceite, papaya y miles de especies de vegetales propios de la selva tropical. Entre los mejor aprovechados por los humanos estaban el árbol de mango, el del pan, zapote, chicozapote, mamey, guanábana, chirimoya, anona, ilama y nanche. Existían muchas especies de plátanos: macho, patriota, morado, largo, tabasco y dominico. En pequeños huecos entre la selva hechos por método de roza y quema se sembraban las milpas productoras de maíz y fríjol principalmente, aunque también podía haber calabaza, sandía, chile, pápalo y quelite.
Genaro dueño de muchas tierras no trabajaba, las rentaba. Hacía mucho tiempo que había descubierto el lucro de prestar dinero, comprar cosechas al tiempo y acaparar las cosechas. En todos los casos se trata de aprovechar la necesidad del campesino de tener dinero para dar de comer a su familia mientras se recoge la cosecha. Genaro hacía muy buenos negocios, compraba a precios abusivos y después con camiones alquilados llevaba las cosechas a vender a Acapulco. Cierto que el viaje a Acapulco entrañaba riesgos, pues solamente existía una brecha y se tenían que cruzar al menos 5 ríos por el cause. En esta aventura podía fallar un camión y perderse la mercancía por maduración. Sin embargo, los chóferes eran muy experimentados y esto ocurría con poca frecuencia.
Quitado el dinero con que pagaba los camiones alquilados y los macheteros, el efectivo con que compraba las cosechas, no se sabe que hacía con las grandes ganancias de cada viaje. Todo mundo pensaba que tenía una cuenta en el banco, porque él vivía de manera miserable en una casa construida de bajareque (postes de madera, ramas de palma, cubierta de lodo) y tejas de barro en el techo. Su comida estaba compuesta fundamentalmente por frijoles de olla, tortillas hechas a mano y salsa de molcajete, en ocasiones especiales comía pescado. Los alimentos los preparaba una señora campesina que iba todos los días solamente a eso y en ocasiones se llevaba la ropa para lavar, posiblemente Genaro pagaba por este servicio, pero Alegando nunca supo cuanto. La ropa de Genaro no era mucha, usaba una especie de pantalones cortos y una camisa que la mayor parte del tiempo se quitaba para refrescarse del calor tropical. Alegando nunca le vio usar guaraches, aunque tenía unos nuevecitos, siempre los traía en la mano colgados de dos dedos, eran una especie de acompañantes.
Sus pies eran recios como de campesino, dotados de sendas suelas crepes formadas por un solo callo en cada píe, de la punta de los dedos hasta el talón. Infinidad de veces Alegando lo observo pisar espinas y algunas llegaban a enterrársele, sin lamentarse, sin presentar el más mínimo dolor, se las quitaba. Pero no se ponía los guaraches, los cuales permanecían colgados de sus dedos de la mano.
Su vida era un enigma, nadie sabía de dónde había llegado, si tenía familia, esposa e hijos, el caso es que vivía solo como ermitaño, comiendo y haciendo negocios usureros.
“Don Genaro”, decía el campesino, “Quiero que me compre la cosecha de mango”.
“¿Cuánto quieres por ella?”, decía Genaro.
“Quinientos pesos, este año tuve que pagar peones para que me ayudaran a limpiar el terreno de mala yerba”, decía el campesino.
“No, este año el mango va estar muy barato en Acapulco, te doy doscientos, ni un centavo más, tu dices”, decía Genaro.
“Ayúdeme Don Genaro, ahora tengo ya cuatro niños que mantener y con la limpieza de yerbas se van a dar más mangos”, decía el campesino.
Genaro como todos los avaros agregaba: “Mira, si me acompañas de machetero cuando vaya en el camión a Acapulco, para que me ayudes, te doy doscientos cincuenta pesos, sirve que allá le compras algo a tu mujer y a tus niños.”, está bien.
La gran mayoría agobiados por la deuda de la tienda aceptaban las condiciones desventajosas que Genaro ofrecía.
Alegundo, como su apodo lo dice, hablaba hasta por los codos, Genaro estaba impresionado con las historias que este niño de Durango, México, le contaba. Genaro jamás había visto un mapa, sabía leer porque una tía le enseñó, pero eso sí, para las cuentas pareciera que nació sumando, restando, multiplicando y dividiendo, ¡Quien le ganaba a la hora de hacer cuentas! Simplemente nadie. El niño de siete años describía el Cerro del Mercado formado de hierro, el Cerro de los Remedios lleno de rojas tunas duraznillas con miles de espinas casi invisibles y cientos de alacranes uno debajo de cada piedra con colas y lancetas llenas de veneno mortal. De cuando Alegundo y su primo fueron atropellados por un camión, de cuando Alegundo fue lanzado por los aires más de 7 metros por un carro de la ruta, del tesoro en barras de oro que se encontró en los túneles que comunicaban la Escuela Bruno Martínez con la Catedral y el Templo del Sagrado Corazón de Jesús. De la cascada del Saltito Durango, con agua helada, un mortal alacrán debajo de cada piedra y como Alegundo perdió sus zapatos nuevos, el día que conoció el lugar.
Todas esas historias las escuchaba Genaro degustando el agua de un coco recién cortado, que Alegundo intrépido y aventurero bajaba de las palmeras de la huerta de Genaro. A Genaro le sorprendía como ese niño de solo siete años podía saber tanto, el atrevimiento de subir a las palmeras con la ayuda de un lazo, mejor que algunos niños nativos del lugar. La amistad entre los dos fue larga hasta que Alegundo partió con rumbo a Acapulco sin volver.
Años después, cuando Alegundo volvió, se encontró con que Genaro había fallecido, no teniendo hijos y como único pariente una sobrina en Azoyú, sus propiedades fueron heredadas por ella y su marido, que de inmediato se dieron a la tarea de escarbar por todo el terreno, en busca del entierro de dinero que Genaro suponían que poseía. No tardaron mucho en encontrar la primera olla, muy cerca de la letrina donde Genaro hacía sus necesidades, llena de centenarios oro ley .0720. Lo sorprendente es que, según se dice, llegaron a encontrar nueve ollas en el terreno. Se dice que compraron un hotel en Acapulco, otros dicen que se fueron a vivir a México, la realidad es que no se sabe con certeza que pasó, malbarataron todo y se fueron.
La vida de Genaro fue tan pobre que solo pudo juntar nueve ollas de centenarios de oro, vivió y murió miserable, sembrando penuria a su paso por la vida, robaba a los campesinos para enterrar el dinero. Posiblemente pensemos que la actitud ante la vida que tuvo Genaro es una excepción, pero trágicamente Alegundo ha comprobado con tristeza que hay muchos hombres que en vez de tener materia gris en el cerebro, pareciera que tienen caca. Viven la vida de manera mezquina y haciéndole miserable la vida a otros seres humanos.
Algunas de las familias que han acumulado dinero y propiedades en México, podrían vivir en la opulencia ellos, sus hijos y sus nietos con solo el diez por ciento de sus fortunas. Sin embargo, como en el cerebro tienen en vez de materia gris caca, no les alcanza. Están aferrados a obtener cada vez más, al precio que sea y, como en México el origen de todas las grandes fortunas es el tráfico de influencias, el mejor negocio robarle al pueblo contribuyente. Para seguir aumentando sus fortunas, es condición tener fantoches como Calderón en el gobierno, las instituciones y las empresas propiedad del pueblo.
 Alegundo piensa que este tipo de hombres fueron el símbolo del éxito en el sistema económico capitalista imperante en el siglo XX y es posible que en el siglo XXI lo sigan siendo por algún tiempo. Solamente que con este sistema económico estamos consumiendo actualmente 20% más recursos naturales de los que tiene el planeta Tierra. El modo de vida de un norteamericano medio consume dos veces más recursos naturales que un europeo y siete veces más que un asiático o africano medio, pronto se extinguirán cientos de especies animales y la vida en la tierra será insostenible para los seres humanos, por lo que el pensamiento de Genaro avaro y mezquino que se replica en los ricos norteamericanos especuladores de la bolsa de valores de Nueva York, no será posible, la misma especie humana estará en peligro de extinción.
Nuestra dimensión humana no se modifica en función de nuestras posesiones económicas, nuestra salud se deteriora si comemos más de lo necesario para la supervivencia de un humano medio; podemos tener muchas casas, muchos autos, pero solamente podemos usar uno a la vez; durante la vida acumular miles de recursos, pero al morir nos vamos solamente con la ropa que nos ponen para que nos veamos guapos dentro de la caja. Para que tanto batallar en pos de patrimonio, para que tanta avaricia y mezquindad con nuestros semejantes, que lastima que existan tantos avaros y mezquinos por el mundo y que otros nos deslumbremos con su falso éxito e intentemos imitarlos.

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